Por: Andrea Samaniego Sánchez/México Social
La democracia, decía Churchill, es el peor sistema de gobierno a excepción de los demás; como forma de reparto de poder genera controversias, álgidas discusiones, contento entre los ganadores y desazón entre los perdedores. A pesar de sus fallas, la democracia resulta en un régimen político en donde se cambia el poder de manos y esto no deriva en el derramamiento de sangre.
Por ello, más allá de partidos e ideologías, es necesario defender la democracia, sus ideales y sus fortalezas, es el reino de la discusión en una mayor civilidad frente a regímenes autoritarios o totalitarios, por ello mismo, es importante comprender su valor y evitar su erosión a partir de discursos que pretenden deslegitimarla, así como los resultados que arroja.
Esto no implica que la democracia no deba ser analizada, siempre como producto humano es perfectible, a veces se pueden señalar los abusos que unos cometen sobre otros; que la contienda no fue transparente o equitativa, pero, a pesar de ello, no implica que la democracia en su conjunto no funciona, simplemente implica que, en un periodo electoral, los que pueden elegir, la ciudadanía, toma decisiones basada en múltiples criterios o factores, a veces estructurales (la familia, el entorno, en fin la historia de vida), a veces de carácter coyuntural (una guerra, una pandemia, un accidente), lo cierto es que las decisiones están a la vista en forma de votos que brindan de forma temporal a unos la victoria y a otros la derrota.
En fechas recientes fuimos testigos en México de una elección que brindo, en todos los órdenes de gobierno una nueva configuración del panorama político, y es de preocupación que todos los partidos políticos fueron poco demócratas: legitimaron todo el proceso y a las instituciones que organizaron los comicios cuando ganaron, pero cuestionaron el mismo proceso y las mismas instituciones cuando fueron derrotados: la victoria es democrática, la derrota fraudulenta.
Estas declaraciones no generan confianza en las instituciones, que para nuestra cultura política son endebles e incipientes, más pensadas en lógicas personalistas o patrimonialistas que en perspectiva de Estado y son, en suma, declaraciones que pretenden ensuciar procesos y con ello, generar interrogantes perniciosas que empañan a la misma democracia, pues ¿para qué tenemos todo el entramado institucional para organizar las elecciones si siempre se hace trampa?
La democracia no implica de facto victoria, y esa es una de sus fortalezas, pues nada está predeterminado al momento que la ciudadanía elige. La derrota también es una posibilidad. Esto lo deben entender en los distintos partidos políticos y candidatos y candidatas, festejar las victorias cuando hubiere y reconocer las derrotas cuando así acontecen.
Debemos fortalecer la democracia a partir de la aceptación de la voluntad general que se materializa en los votos, debemos aceptar que a veces no somos favorecidos por la misma y que, nuestro papel será igualmente importante al convertirnos en oposición.
Ante un mundo que tiene francos retrocesos en materia democrática es tiempo de defenderla, es tiempo de decisiones, es tiempo de demócratas.