Por: Francisco Rodríguez
La dupla republicana Trump-Vance es la mecha que más temprano que tarde hará estallar la bomba que Andrés Manuel López Obrador hereda a Claudia Sheinbaum y que echará a tierra “el segundo piso de la Cuarta Transformación”.
Como el Colegio Rébsamen. Como la L12 del Metro de CDMX.
Esa es una variable que AMLO no puede controlar.
Es la de dos supremacistas blancos que tienen a México como causante de muchos de los problemas que padecen…
… aunque la señora madre de quien muy posiblemente será el próximo vicepresidente de la Unión se haya drogado con medicamentos y no con psicotrópicos provenientes del sur de su frontera, como falsamente afirma en uno de sus spots el señor Vance.
Quien no miente y siempre es certero, el filósofo, activista y lingüista Noam Chomsky advirtió a tiempo que las elecciones de noviembre de 2016 en Estados Unidos iban a representar un parteaguas histórico porque se trataba de “uno de los lugares donde el supremacismo blanco es más fuerte, incluso que en Sudáfrica”. Tuvo razón.
Es el país más asustado del mundo, dijo Chomsky.
Lo testifica un historial de alusiones a la pureza anglosajona, amenazada por oleadas de inmigrantes, la libertad de los negros y de las mujeres.
Republicanos y demócratas representan intereses idénticos, antiinmigrantes y esquizofrénicos, “su fin es justificar y hacer posibles conductas y actuaciones políticas hasta hace poco inadmisibles”.
Y sí. La bien llamada “basura blanca” se embelesó con las soluciones de fuerza, un gusto que ya el Imperio no puede darse porque sus cimientos están reventados desde la médula.
Los grupos de poder lo saben.
Sin embargo, dejan que corra el morbo bélico a cuenta de la tranquilidad de las masas trabajadoras.
El mismo Chomsky, quien tiene medidas a las clases dirigentes surgidas de la ignorancia y el atropello, insiste en difundir sus propósitos.
Trump, como George W. Bush
Junto a Gore Vidal, Chomsky siempre ha alertado sobre las medidas desesperadas de los republicanos al ver estos descender en sus niveles de popularidad.
Cuando George W. Bush, un pelmazo de la misma ralea del energúmeno que hoy busca volver a ser electo, fue informado de su escaso nivel de aceptación entre el electorado tomó la decisión del autoatentado a Las Torres Gemelas de Nueva York.
Tener en sus manos la oportunidad de remontar su fracasado gobierno, enderezando las baterías del Pentágono contra los terroristas musulmanes, primero contra su aliado Hussein y luego contra el socio petrolero de toda la vida, Osama Bin Laden. Los perros del mal adecuados a la mentalidad racista, los chivos de la expiación de una religiosidad de la barbarie.
La regla de Chomsky y Gore Vidal era infalible: el crimen beneficiaba al palurdo de la Casa Blanca. Con el paso de unos meses, las afirmaciones de los filósofos fueron comprobadas por el vicepresidente Cheney, quien declaró a los cuatro vientos que la inculpación a los musulmanes había sido producto de la mentira y de la saña. Jamás se encontraron armas químicas o nucleares, y nunca se pudo probar la culpabilidad de Bin Laden.
En el 2004, meses después de la artera invasión a Irak, de los saqueos culturales a la Mesopotamia, de las expoliaciones petroleras a cargo de Halliburton, la empresa de Cheney, George W. Bush fue reelegido, pasando fraudulentamente en Ohio sobre el cadáver político de John Kerry, con poco apoyo popular. Los blancos votaron por las soluciones de fuerza.
El escenario político de hoy es casi idéntico. La popularidad de Donald Trump había tocado fondo hasta el sábado anterior cuando fue blanco de un atentado fallido. Las acusaciones penales que pesan en su contra han sido factor de rechazo de la mitad de los electores gringos.
Otro de los factores anti-Trump han sido las desastrosas acciones ejecutivas sobre la represión a migrantes musulmanes, frenadas por el aparato judicial, que sacaron a flote la dependencia que las industrias multiplicadoras del empleo y las factorías digitales de alta tecnología tienen de los migrantes de todas latitudes.
Las bravatas sobre la construcción del muro fronterizo y la imposibilidad de asaltar las remesas de nuestros desplazados para financiar ese dislate, llevaron a Trump a proponer desquiciados recortes presupuestales a la investigación científica, a las asignaciones federales a las ciudades santuario que son refugios de inmigrados, a la supresión de fondos médicos a los estadunidenses ante el fracaso del TrumpCare, con el propósito de etiquetar fondos a la muralla del racismo, todo, absolutamente todo fracasó en toda la línea.
Sus ofrecimientos centrales de campaña, junto con el derrumbe de los programas económicos de mayor oferta de empleo, inversión y crecimiento económico para los Estados Unidos se convirtieron en agua de borrajas. Se comprobó que el otrora Imperio es cada vez más dependiente de sus anteriores zonas hegemónicas, y ya no da para más.
La realidad ha dañado su línea de flotación, y con ella arrasó con su gobierno de amenazas y ocurrencias. Hasta los electores de la “basura blanca”, y los trabajadores esperanzados en un
mejor nivel de vida, han visto frustradas sus expectativas en soluciones de fuerza. La Magdalena no está para tafetanes.
Acertados, Chomsky y Vidal
El excelente psicólogo político que es el filósofo Noam Chomsky ha retomado la palabra. Compara los niveles de desesperación de Trump y Bush. Los dos, identificados por su afán reeleccionista, los dos, aferrados a la mendacidad para conseguir su objetivo. El pueblo sólo como carne de cañón, como conejillo de indias en espera de una solución salvífica, como todo estadunidense medio porfiado.
Entrevistado por el medio digital independiente AlterNet, y ante los castillos en el aire que ha detectado el votante medio, el politólogo Chomsky previno con maestría sobre las posibles salidas del energúmeno. Que no pueden ser otras que las propuestas salvajes y dañinas de esa retórica trumpiana.
“No debemos dejar de lado la posibilidad de que haya algún tipo de acto terrorista, presentado como tal o escenificado, que pueda cambiar el país al instante… para poder hacer ese truco, el presidente estadounidense saldrá diciendo: bueno, lo siento, no puedo devolverles sus empleos porque esta gente malvada lo impide”.
Y cargará la culpa sobre sus adversarios a modo: personas vulnerables, migrantes, terroristas, musulmanes… la élite, lo que sea, pronostica Noam Chomsky. Al mismo tiempo, instruye al secretario del Tesoro a presentar una propuesta fiscal que lo congracie con sus electores. Algo diferente a los obuses fallidos con los que quiso destrozar al ObamaCare.
Si estas palabras provinieran de un antiyanqui satanizado, posiblemente no se les concedería valor. Pero son de un lúcido analista de la historia, el carácter y la actualidad estadunidense. No pueden echarse en saco roto. Sobre todo, porque aquella ocasión en la que denunció las perversas decisiones de George W. Bush ya dio en el clavo.
No hacerles caso a Noam Chomsky y a Gore Vidal, deteniendo las estupideces de la Ley Patriótica y el espionaje internacional que instauró Bush, estuvo a punto de causar una conflagración nuclear, donde como alguna vez también lo dijo, recordando a Albert Einstein, la devastación iba a ser tal, que la guerra se iba a terminar haciendo a pedradas.
Claudia, jamón del sándwich
Es el problema de cargar con petimetres que quieren gobernar sin programa, a base de decretazos, ocurrencias y puntadas, blandiendo amenazas y desafíos imaginarios.
Es una película que llevamos cinco años viendo en México, desde que AMLO y sus secuaces se hicieron del poder, y se llevaron el santo y las limosnas.
Urge un alto urgente al entreguismo cuatrotero que, igual que las esquizofrenias del patrón que pone cancilleres y menús al gusto, hace agua por todos lados.
Materialmente insoportables los estilos, del capataz y de los lacayos metecos del rancho grande.
Urge –aunque no tengan idea ni de qué se trate– una plataforma de alternativas ante la inminencia de cualquier agravio en contra de ésta, que todavía llamamos Nación.
Agravios que, por ser mujer y por haber nacido de un vientre judío, seguramente recibirá Claudia Sheinbaum de parte de los supremacistas blancos que gobernarán, otra vez, a los Estados Unidos.
Indicios
Bien dicen que la primera impresión es la que cuenta. En 2016, hace ocho años, durante la primera campaña electoral de Donald Trump, su ahora compañero de fórmula JD Vance escribió en Facebook: “Voy y vengo entre pensar que Trump es un imbécil cínico… o que es el Hitler de Estados Unidos”. Y aunque luego se disculpó, lo dicho ¡dicho estaba! *** Y por hoy es todo. Mi permanente reconocimiento a usted que leyó hasta estas líneas. Como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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