Por: Aurelio Contreras Moreno
La borrachera de poder y soberbia con la que el régimen se venía comportando en Veracruz luego del 2 de junio, se vio abruptamente interrumpida por un acto que, de alguna manera, no fue más que una consecuencia de lo mismo.
La brutalidad asesina con la que la policía estatal reprimió la semana pasada una protesta de habitantes de la comunidad de Totalco, municipio de Perote, además de una reiteración del muy “humanista” uso del “garrote” que caracterizó al gobierno de Cuitláhuac García Jiménez en su relación con cualquier clase de disidencia todo el sexenio, fue un exceso propio de quien se cree intocable. Y así se siente –o se sentía- el infame gobernador veracruzano.
La violencia ejercida contra los campesinos que protestaban contra el acaparamiento y contaminación del agua de la región por parte de la empresa Granjas Carroll, además de completamente innecesaria, fue desmedida y propia de regímenes autocráticos, pues se trataba solo de un bloqueo carretero, no del incendio de un pozo petrolero, como muchos morenistas saben muy bien quién los protagonizó hace 30 años, a pesar de lo cual no los agarraron a balazos.
La saña de los gendarmes, dizque con preparación de excelencia en la Academia Regional de Policía –cuyo director se la pasa todo el día en Facebook “agitando la matraca”, alabando al gobierno y a Morena-, los llevó a perseguir a población desarmada, indefensa, y a asesinar a sangre fría a dos hermanos a los que fueron a “cazar” a sus domicilios particulares. Si así fueran con los sicarios del narco, otro estado sería éste.
Hasta para las ensoberbecidas élites morenistas, este acto fue más allá de lo que podían justificar, pues les echa abajo su discurso de “amor al pueblo” y eso que han estado dispuestas a tolerar cualquier bajeza. El gobierno de Veracruz intentó balbucear pretextos que nadie le creyó y Cuitláhuac García recibió una tunda hasta en La Jornada, el medio oficial de la “4t”, lo que de entrada entierra sus aspiraciones por recibir un cargo, aunque sea mediocre, en el gobierno de Claudia Sheinbaum. Exactamente lo que lo tenía envalentonado, al grado de acosar opositores y periodistas críticos.
El cuitlahuato buscó como salida desesperada ante la crisis que le explotó en sus narices, desaparecer la Fuerza Civil de Veracruz, corporación policiaca creada en el gobierno de otro infame, Javier Duarte –quien anunció en aquel entonces que sería su más grande “legado”-, cuyos integrantes participaron directamente en la represión. Pero es la hora que no hay un solo detenido, una sola orden de aprehensión contra los responsables, que son individuos, no organismos públicos. Juegan a que pase el tiempo y llegue el conveniente olvido de la opinión pública.
Más allá de cómo termine este asunto, la violencia en Totalco es premonitoria de lo que vendrá una vez que la balanza quede complemente inclinada hacia el lado de Morena a partir de septiembre, que asuman el control del Congreso y desaparezcan el equilibrio de Poderes con la reforma Judicial. ¿Quién les va a poder reclamar algo? ¿Cómo hacer valer la ley en un país en el que los ciudadanos quedemos indefensos ante el ogro gubernamental, cuyo objetivo es el poder absoluto, mismo que no admite reclamos y en su lugar los aplasta? ¿Que también ya ha dado muestras claras de cómo tratará a quienes le critiquen desde los medios de comunicación?
Por lo pronto, Cuitláhuac García le tiró excremento al pastel en el que el morenato se atragantaba. No habrá manera de que se quite el estigma de represor y ahora, asesino.
El silencio de Nahle
Ni una línea. Ni media palabra le ha merecido la represión de campesinos en Totalco a la gobernadora electa, Rocío Nahle, que anda muy ocupada repartiendo cargos para lo que será su administración que, no hay que perderlo de vista, comienza hasta diciembre.
Su silencio la vuelve cómplice de las arbitrariedades de Cuitláhuac García. ¿Será también premonitorio de su sexenio?
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